ENEMIGO PÚBLICO

 

Quién nos lo iba a decir. Resulta que la amenaza de fin de milenio no llegará en forma de holocausto nuclear, tampoco llegará escondida tras el fantasma del SIDA, la miseria o la guerra.

Ni los más osados profetas hubieran pronosticado hace unos años que el apocalipsis del hombre vendría en forma de bestia peluda, de afilados colmillos y espeluznante mirada. Porque es así como muchos ciudadanos empiezan a ver al que, hasta hace poco, se consideraba “el mejor amigo del hombre”.

Los  perros se han hecho merecedores de tan honorable título a lo largo de muchos, muchos años de abnegado servicio, lealtad y entrega absoluta al ser humano. Pero por lo visto, bastan una serie de trágicos sucesos (aislados, aunque coincidentes en el tiempo) para que los caninos sean desposeídos de todos sus méritos y resulten acosados por  una creciente histeria colectiva.

A mi entender, es este pánico desproporcionado el que resulta realmente peligroso. Está provocando que un torrente de agresiones verbales, incluso físicas caiga sobre muchos perros inocentes y sus propietarios, quienes asisten, entre perplejos e indignados, a esta vergonzante “caza de brujas”.

Ya tenemos más que suficientes abandonos y eutanasias injustificadas en este país, para que los medios de comunicación hagan pensar a los ciudadanos con perros de determinadas razas, que albergan en sus casas una bomba de relojería, la cual  puede estallar en cualquier momento, en forma de feroz ataque contra su familia.

Hagamos una pausa para la reflexión. No existen razas de perros asesinos. Para nuestra desgracia, el instinto asesino (según lo define el diccionario de la lengua) es una cualidad exclusivamente humana. Es cierto que determinadas razas pueden resultar más peligrosas debido a su gran envergadura o a la extraordinaria potencia de sus mandíbulas, pero sólo bajo el auspicio de algunas personas, a las cuales podríamos clasificar desde meramente irresponsables hasta auténticos delincuentes.

Si  la opinión pública necesita descargar su ira contra alguien, que no sean los perros su objetivo, si no aquellos maleantes que hace años se dedican a las, ya tristemente famosas, peleas de perros, con el único objetivo de obtener dinero fácil y satisfacer la bajeza de sus instintos.

Estos individuos comercian con la barbarie y el sufrimiento. Obligan a sus perros a matar a otros perros, pero este juego macabro se les puede ir de las manos en cualquier momento. Si uno de sus perros pierde el poco control que le queda, puede matar a una persona, y cuando esto sucede,  su sangre nos salpica a todos, provocando la legítima indignación popular. Pero no nos equivoquemos de enemigo,  porque el perro nunca lo ha sido, y nunca lo será.




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