Lentamente, el líquido anestésico se introduce en el cuerpo del paciente; comienza una fase de sueño profundo que le sumirá en un estado de postración e insensibilidad en pocos minutos.
A continuación, una segunda inyección, el eutanásico propiamente dicho, paralizará definitivamente sus pulmones y su corazón.
Así de rápida resulta una eutanasia, así de indolora y así de irreversible.
Esta práctica, tan tristemente famosa en Veterinaria, es sin lugar a dudas la cara más amarga de nuestra profesión.
Es cierto, que en un gran número de casos se aplica correctamente, demostrando su utilidad.
Sin embargo, como en cualquier práctica, es fácil pasar del uso al abuso, y un abuso en el caso que nos ocupa, es algo muy grave. Me estoy refiriendo a tantas ocasiones en que se sacrifica a un animal precipitadamente, sólo para evitar “quebraderos de cabeza” a sus dueños.
A nadie le resulta agradable ver a su perro o a su gato enfermo, viejo o mutilado. Ello conllevará trastornos en el hogar, el animal requerirá más tiempo, cuidados médicos, con sus consiguientes costes, administración de medicamentos que, en el caso de enfermedades crónicas, pueden prolongarse toda su vida.
Pero este panorama tan poco halagüeño debería estar en la mente de todos antes, es decir, cuando adoptamos a un animal libremente y lo incorporamos a nuestra familia.
Tal vez muchos de los animales candidatos a eutanasia podrían vivir durante años con una calidad de vida aceptable si recibieran la atención necesaria.
El “sufrimiento” en los animales no es igual que en los seres humanos. No me refiero al dolor físico, que naturalmente sienten igual que nosotros, sino a las muchas connotaciones psicológicas que nos acompañan en la enfermedad y de las que los animales afortunadamente están exentos.
Ellos poseen una asombrosa capacidad de adaptación al medio y a sus propias limitaciones: si les falta una pata, correrán con tres; si les falla la vista, desarrollarán otros sentidos; si están débiles o viejos, ya no llevarán la vida de cachorros, pero llevarán otra vida, feliz a su manera, si están arropados por el cariño de su familia.
Soy consciente de tratar un tema delicado. Como en todo lo relacionado con la moral, la ética o la objeción de conciencia, los límites entre lo correcto y lo incorrecto no están claramente definidos. Surge la duda de si actuamos bien o mal, por generosidad hacia un ser vivo o por egoísmo, de si somos demasiado idealistas o demasiado pragmáticos.
En mi opinión, antes de realizar una eutanasia deberíamos exigirnos, tanto propietarios como veterinarios, al menos tres condiciones que de veras la justifiquen:
1.- Que se hayan agotado las demás alternativas: tratamientos médicos en caso de enfermos graves, terapias de conducta o adiestramiento en casos de agresividad o inadaptación, etc…
2.- Que evite realmente sufrimientos innecesarios e inútiles al animal.
3.- Que se realice de manera indolora y digna.
Todos aquellos que hayan presenciado alguna vez una eutanasia saben que cumplir estas premisas no nos aliviará del impacto emocional que supone poner fin a una vida, pero al menos nos permitirá dormir sin problemas de conciencia.
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